La sororidad, algo a veces escueto y complicado

Parle Vosté
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Hablar en nombre de otras mujeres siempre me ha resultado complicado. La sororidad se me antoja escueta incluso en estos casos, pues nadie mejor que una misma para saber qué experiencias se nos han quedado cicatrizadas. Así que, por ese motivo, únicamente voy a permitirme únicamente voy a permitirme hablar del ejemplo más próximo y que más lecciones me ha brindado el ejemplo de mi madre.

Mamá, esto va para ti: Hoy y todos los días restantes del año.

Hace algún tiempo, en una de aquellas cenas con la televisión en estéreo, yo jugueteaba con la comida en el plato mientras tú escuchabas atentamente uno de los infinitos discursos políticos vacíos que hacían alusión a lo que era o no ser mujer. Me dijiste que no entendías porqué la figura femenina actual debía ser sinónimo de perfección.

Mujer familiar, amiga de sus amigos, esposa y ama de casa y, en ese ínterin de tiempo, siempre manteniendo un físico en una carrera a contrarreloj al tiempo y a la vejez. Y, desde hace un par de décadas, teniendo que añadir un requisito más, el de ser trabajadoras.

Pareciera que los derechos también se hubieran tornado en nuestra contra. También me dijiste que merecíamos ser imperfectas, merecíamos abrazar la mediocridad en algunos aspectos; y no pasaba nada por ello. Y tenías razón, mamá. Durante muchos años para mi fuiste la mujer perfecta, imbatible e intachable. No había nada que se escapara a tu control, desde las cuestiones más trascendentales como la absoluta administración de un hogar, hasta asegurarte de que el uniforme estuviera perfectamente limpio, planchado y doblado encima de mi cama todas las mañanas, antes de ir al colegio. Y, entremedias, te olvidaste de ti en más ocasiones de las que si quiera recuerdes.

Mi realidad ignorante se derrumbó un día que te vi llorar. Sentí un crujido en el corazón mezcla del dolor de verte triste junto con el impacto de ver llorar a mi madre, a la mujer más infranqueable que había conocido. Por aquel entonces, mi escasa edad me impedía entender el contexto, pero con los años me arrojaste luz sobre todos los motivos que habían resquebrajado tu coraza.

Poco a poco te permitiste contarme las heridas que habían esparcidas por toda tú, y yo pude entender, pude humanizarte. Caí en la cuenta de que, a veces, no podías ni querías ser la idílica imagen que, como mujer, el mundo esperaba de ti, y eso estaba bien. Permítete errar, dudar o tener miedo a no ser lo que se supone que debes ser. A mi se me seguirá hinchando el pecho de amor y orgullo cuando hable de mi madre perfectamente imperfecta.

Mieria Cantero Almagro